En la última década se ha producido una gran revolución tecnológica que ha influido en numerosos aspectos de nuestra vida, incluyendo el trabajo. La llegada de internet ha permitido automatizar muchos procesos y ha desarrollado nuevas formas de comunicación dentro de las empresas, lo que ha supuesto un cambio para cada generación de trabajadores.
Sin embargo, esta revolución tiene dos caras. Por un lado, nos proporciona nuevas oportunidades de conexión y aprendizaje y, por otro, nos muestra una carrera digital con una meta que muchos no consiguen alcanzar. A esta desigualdad se le conoce como exclusión tecnológica y es una realidad en la que no todas las personas cuentan con las mismas condiciones para acceder a las tecnologías. Entre sus múltiples causas, la edad es uno de los factores más determinantes.
Generación X, Millennials y Generación Z
En la actualidad, la mayoría de las empresas cuenta en sus plantillas con generaciones diferentes. Pueden coincidir desde recién llegados de 22 años hasta empleados veteranos con más de 50. Aunque todos forman parte del mismo equipo, no aprenden igual.
Hoy en día, las tres generaciones más presentes en las empresas son la Generación X, los Millennials y la Generación Z. Todas ellas se han formado en contextos diferentes, lo que hace que sus formas de integrar la tecnología también lo sean.
La Generación X, integrada por quienes nacieron entre 1965 y 1980, es la que más siente la presión de las nuevas incorporaciones. Aunque también vivió la transición hacia la era digital, su nivel de familiaridad con los avances tecnológicos no es tan alto como el de los más jóvenes. Esto hace que, en algunas ocasiones, les cueste seguir el ritmo en la empresa y puedan llegar a sentirse abrumados.
Después, encontramos a los Millennials (entre 1981 y 1996), caracterizados por la flexibilidad y por valorar la agilidad y la eficiencia. Se adaptaron rápidamente a la digitalización y suelen frustrarse cuando los recursos dentro de la empresa están obsoletos.
Por último, la Generación Z o Gen Z (entre 1997 y 2012) se define por su dinamismo y es considerada la «generación perfecta” para los puestos digitalizados. Sin embargo, haber crecido en un entorno marcado por la inmediatez y la brevedad, hace que tengan menos experiencia en canales tradicionales y menor tolerancia hacia contenidos largos y excesivamente teóricos.
Retos de la convivencia intergeneracional
Esta convivencia de distintas generaciones en el trabajo también trae consigo un desafío: las consecuencias de la exclusión tecnológica, que suele afectar sobre todo a las personas que tienen alrededor de 50 años. Según el estudio Internet Use among Older Europeans, realizado con más de 61.000 participantes mayores de esa edad, apenas la mitad utilizaba internet para tareas básicas como enviar mensajes, buscar información o realizar compras en línea.
Ahora bien, la diversidad generacional en la empresa no tiene por qué ser un obstáculo, al contrario, también puede convertirse en una gran oportunidad. Aunque la Generación X, los Millennials y la Gen Z tengan diferentes formas de aprender, también tienen fortalezas que, combinadas, pueden enriquecer la cultura de una empresa.
La clave está en encontrar un equilibrio que permita aprovechar lo mejor de cada uno de los grupos sin que ninguno se sienta desplazado. Para ello, conviene diversificar los formatos de trabajo (textos, vídeos, imágenes, presentaciones interactivas…) y fomentar la colaboración intergeneracional, creando equipos mixtos en los que cada persona aporte su experiencia. También es importante permitir que cada participante avance a su ritmo y elija los recursos complementarios que más se adapten a sus necesidades. En este sentido, el uso de plataformas flexibles, ajustadas al nivel y velocidad de cada uno, es una herramienta imprescindible.
Por otro lado, la combinación de estas tres realidades plantea varios retos. Los ritmos de aprendizaje varían: aquello que a unos les requiere más tiempo, a otros puede resultarles tedioso. Mientras que algunos, como la Generación Z, están familiarizados con los entornos virtuales, otros (como la Generación X) necesitan más acompañamiento en los procesos. A esto se suma que los objetivos también son diferentes; mientras que algunos lo ven como una buena oportunidad, otros lo perciben como una obligación corporativa.
Convertir la diversidad en una ventaja
No obstante, superar estas diferencias resulta beneficioso, ya que las ventajas para una organización son numerosas. Una formación intergeneracional bien diseñada permite aumentar la cohesión del equipo porque fomenta la empatía y el respeto, lo que influye en el clima de la empresa y el compromiso. Además, la mezcla de realidades ayuda a la creación de ideas novedosas y permite la transferencia de conocimientos.
En definitiva, diseñar una formación inclusiva implica reconocer las diferencias, adaptar los contenidos y fomentar espacios de colaboración. En este contexto, la formación online se ha consolidado como una herramienta imprescindible para las organizaciones, ya que facilita el acceso a un aprendizaje sin barreras y ofrece flexibilidad para distintos ritmos y estilos. De esta manera, no solo se democratiza el conocimiento, sino que también se impulsa la innovación, se fortalecen los equipos y se prepara a la empresa para afrontar los desafíos del futuro.
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